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EL OJO SATURADO DE PLACER: SOBRE FRAGMENTACIÓN,
PORNO-EVIDENCIA Y BRICO-TECNOLOGÍA
María Ruido*
Tras una semana laboral sobria, los Shakers se reunían
los domingos para el culto. En la Danza Circular, los hombres y
las mujeres se ponían en fila y formaban cuatro círculos
concéntricos en movimiento. La danza liberaba al grupo del
pecado individual y los ayudaba a alcanzar una pureza colectiva.
(...)
El grupo gritaba Menéate! Menéate! Menéate!
Cristo está contigo!.
Dan Graham. Rock My Religion: writings and art proyects 1965-1990
(1993)
La Fiesta.
Danzad, danzad, malditos... hasta el éxtasis, hasta el abandono,
hasta la pérdida.
Desde las Ménades griegas, los Derviches orientales, los
bailarines amerindios de la Danza de los Espíritus, los frenéticos
bailes del Carnaval o los puritanos Shakers preindustriales hasta
los cimbreantes contoneos del ídolo del rock&roll o la
absorta concentración en el ritmo de la rave , la presencia
del cuerpo transportado por el sonido (y casi siempre, por las drogas)
aparece(n) como el(los) vehículo(s) del placer extático,
como la(s) interrupción(es) de lo dionisíaco, del
rito, del mito, en el orden cotidiano establecido por la racionalidad
y el trabajo/rendimiento.
Aunque el arrebato del baile no ha sido exclusivo de los jóvenes,
en la sociedad occidental tardocapitalista los rituales de la adolescencia/juventud
parecen estar especialmente ligados a esta nueva mística,
la comunidad de los danzantes del club, como una manera específicamente
articulada para desafiar la estructura imperante del poder: mi nueva
religión es el rock, decía Patti Smith, portavoz,
sin duda, del sentimiento de toda una generación; así
lo recogía Dan Graham en su complejo trabajo en vídeo
Rock My Religion (1982), donde la sexualidad fálica,
edípica, de los movimientos de la estrella del rock genera
la misma energía comunitaria que surgía en las celebraciones
religiosas; así lo sugieren las nuevas ceremonias de la música
techno: Nada mejor que las raves, estas bacanales de los tiempos
modernos, para ser capaz en la actualidad de descubrir lo que sucede
en nuestra época, en nuestra comunidad, en esta comunidad
que de aquí en adelante tiene que inventarse a sí
misma, conviviendo con el desmoronamiento de mitos e ideologías.
El cuerpo, el ritmo, la mirada; el placer que proporciona la contemplación,
el atisbo: el movimiento del ojo contemporáneo posee la cadencia
de la tv y de los recorridos de nuestros cuerpos en la tv. Simulacros
del éxtasis en alta tecnología.
La postmodernidad, niveladora y difuminadora de jerarquías,
hace saltar los límites entre los campos de lo cultural,
lo social y lo económico, y ajusta el ritmo de la noticia,
la digresión o el escándalo al del vídeo-clip,
al del discuros publicitario hegemónico, depredador, vacuo,
superficial... fascinante, imitador parasitario de la vanguardia:
superposición y montaje frente a narratividad causa-efecto,
interrupción frente a continuidad, flujo/deriva frente a
predeterminación estructural; se podría decir, que
una apuesta por el discurso poético frente al discurso narrativo
lineal de la modernidad sino fuera porque el espacio de producción
de significado que abre la poesía es disuelto en la intensidad/excrecencia
imaginaria del clip por el pragmatismo de la compra, de la imposición
de un modelo.
Bricolage, hibridación compulsiva, canibalismo del fragmento,
aceptación del fragmento (acústico/ textual/ representacional/
corporal), que se contamina, que se mezcla.
Como explican las leyes de la termodinámica respecto a la
energía, nada se crea, todo se transforma.
Primero la auto-contemplación en el espejo, después
el ojo ajeno, el ojo conformador-normativizador del placer escópico
que aprehende la carne para convertirla en significado-lenguaje.
El sistema visual de la diferencia intenta coordinar el fragmento,
la primera percepción de nuestro propio cuerpo, y construir
una falsa continuidad que sostenga al Sujeto, al ciudadano-modelo
del estado moderno; pero transgredida la falsa continuidad especular
en su ruptura (o como Alicia, en el paso hacia el otro lado del
espejo), el fragmento se convierte en la única posibilidad
de representación del cuerpo contemporáneo (inconcluso,
de límites imprecisos, procesual en su capacidad de reelaboración).
Después de la continuidad canónica, la adición
de los fragmentos conforma un cuerpo factible más allá
de la estructura apolínea de la contención, resurge
el cuerpo grotesco construído por yuxtaposición, de
síntesis imposible:
los cuerpos neo-grotescos (cybergrotescos) desarrollan la energía
de la fiesta, de las prácticas disrruptivas del flujo inagotable
de la producción.
Mi lectura de Bajtin y, más específicamente
de su noción de cuerpo grotesco desarrollado
a través de su estudio de Rabelais emerge del intento de
definir una nueva tipología de sujeto en el momento en el
que somos testigos de la disolución del cuerpo -individual-
de la modernidad. (...)
El cuerpo cybergrotesco es aquel tecnológico-grotesco. (...)
Como propone Donna Haraway , una suerte de escritura que se inscribe
en lo tecnológico mientras se define, se abre al mundo
alien y es atravesado por él, intersectado por las
prácticas sociales en las que ese sujeto es.
El bricolage aparece, de esta forma, como una práctica resistente
específica frente a la coherencia totalizadora de la imposición
moderna, frente a la absorción de las diferencias en busca
de la unidad, de la centralidad; deviene estrategia de multiplicidad,
y desacato a la productividad y al rendimiento en el capitalismo
avanzado: frente al productor aparece el reproductor , elaborador
de un producto devaluado dentro de los cánones modernos al
carecer del aura de la originalidad.
Se renuncia al aura modernista del artista como
productor. Como dice Crimp: La ficción del sujeto creador
es dar lugar a la confiscación, la cita, el extracto, la
acumulación y repetición de imágenes ya existentes
.
Originalidad devaluada y referente real perdido: el simulacro postmoderno
abandona la mímesis y construye una hiperrealidad alternativa
donde el recorrido se invierte, donde la naturaleza imita al arte,
donde la tiranía de lo ficticio se impone.
El Autor, el demiurgo moderno creador desde la nada, asume su pertenencia
al palimpsesto generador, a la intertextualidad referencial. El
lector ocupa el texto/la imagen, lo/la construye con su lectura,
lejos de la autoridad disciplinar de la interpretación única:
Un texto está formado por escrituras múltiples,
procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen
un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe
un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar
no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector. (...)
Sabemos que para devolverle su porvenir a la escritura hay que
darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga con la
muerte del Autor.
Género caníval por excelencia, el techno (o, más
bien, las muchas formas diversas de música electrónica
de construcción) practica esta hibridación (desde
el rock hasta el disco-gay pasando por la interpretación
libertaria del jazz), esta descontextualización que asumen
también la literatura y las imágenes, convirtiéndose
en la propuesta más radicalmente contemporánea de
este fin de siglo tanto en su imbricación con las nuevas
tecnologías (samplers, cajas de ritmos, sintetizadores, ordenadores
con equipo secuenciador), como en su relectura del concepto de originalidad
y de autoría: el scratch y el sampleado rompen definitivamente
con el mito romántico del artista, con la firma subrayada
de la estrella pop-rock, y anuncian el principio del operador, del
re-elaborador, del creador canalizador/catalizador.
Por cierto, ¿es el DJ un artista?. Esta ingenua y
recurrente pregunta no deja de atormentar las mentes humanas desde
la llegada de lo que denominamos la cultura techno. Pero, ¿tiene
sentido esta pregunta cuando ha llegado el momento de la mutación
y de la nueva fusión de los campos del arte y de la cultura
pop? (...)
Podemos afirmar que el estatus del DJ es sintomático de
la disolución del papel actual desempeñado por el
artista. Canaliza los flujos de información, los moldea y
los recicla con gran destreza, al igual que un gran número
de artistas que por supuesto no tienen nada en común con
sus antecesores del siglo XIX. Al igual que un gran número
de esos nuevos actores de la escena contemporánea, el estatus
del artista carece de sentido. En el ámbito del arte y de
la cultura, muchos son aquellos que en la actualidad ejercen diversas
funciones una tras otra.
Bri-collage representacional, apropiacionismo, cita: ¿es
operativa políticamente la utilización deconstructiva
e irónica de los productos integrados en los mecanismos del
poder hegemónico?.
En 1982, Martha Rosler escribió un artículo
titulado Notes on Quotes, centrado en la ineficacia
de la apropiación y de la cita como estrategia política
adecuada: ¿Qué visión alternativa propone
esa obra?. La obra no nos proporciona el espacio interior que nos
permita entender cómo podrían ser las cosas de otro
modo. Sólo podemos imaginarnos un respiro fuera de la vida
social, la alternativa es meramente edénica o utópica.
(...)
Desde el momento en que la obra de arte queda encerrada en
las relaciones de producción de su propio ámbito cultural,
y queda limitada a los términos de una interrogación
de formas de dominación genérica más que específica,
ésta no puede realizar una función aducativa, y mucho
menos transformadora.
Frente a la rígida postura de Rosler, como recuerda Abigail
Solomon-Godeau, la descontextualización de los iconos mediáticos
puede ser una práctica crítica altamente efectiva
si no cae en la fórmula asimilable, si mediante la continua
deriva y desplazamiento impide (o al menos dificulta) la retroalimentación
de la banalización mercantil: Las prácticas
artísticas que están basadas en la producción
de estilos propios más que en intervenciones modificadas
constantemente pueden ser especialmente vulnerables a la neutralización
de su supuesta crítica. Como han indicado varios teóricos,
una postura de resistencia no puede nunca establecerse de una vez
para siempre, sino que debe rehacerse perpetuamente, y renovarse
para tratar de forma adecuada aquellas condiciones y circunstancias
que son su propia causa.
Bricolage-resistencia a la producción, re-lectura del producto
de consumo y elaboración-reciclaje que contraría el
desarrollo lineal, el progreso indifinido, la narrativa teleológica
del meta-relato: apropiacionismo icónico y musical, construcción
con piezas preexistentes, eso es la música electrónica
de club, aquella que mece los cuerpos resignificados, postbiológicos,
cuerpos anticanónicos, herederos de la abyección del
carnaval grotesco del medievo y de los cuerpos antirreproductivos
de Sade.
Frente al cuerpo moderno, cerrado, preestablecido, de límites
precisos, acabado, los cuerpos herederos de la abyección
expresada por Julia Kristeva, los nuevos cuerpos grotescos insumisos
al canon, son obscenos, liminares, líquidos.
No es falta de limpieza o salud lo que causa la abyección,
sino lo que perturba la identidad, el sistema, el orden. Lo que
no respeta los límites, los bordes, las posiciones, las reglas.
Lo que está en medio, lo ambiguo, lo mezclado.
Nuestro cuerpo, construcción política afectada por
la legitimación social en forma de vigilancia tecnificada,
presiones psicológicas más o menos sutiles e imposiciones
paradigmáticas varias, transgrede (o intenta transgredir)
la singularidad de la norma, la permanencia en lo estipulado, en
lo demandado por el control normativizador del estado: cuerpos eficaces
para el trabajo, cuerpos canónicamente bellos para la contemplación,
cuerpos decorosamente sexuales para un deseo moderado, cuerpos (femeninos)
reproductivos y cuerpos (casi siempre masculinos) militarizados
para perpetuar el modelo estipulado por la oferta y la demanda.
En este contexto, la fiesta, la cadencia de los cuerpos al ritmo
de la música brico-tecnológica, es una interrupción,
un paréntesis, una sustracción a la imposición
y el reclamo.
Desde las sustancias consumidas más comunmente (drogas con
nombres de golosinas infantiles que favorecen la aproximación
y el contacto físico, pero no prácticas sexuales como
la penetración), hasta la elaboración de la música
por los djs a partir del montaje de sonidos y temas ya preexistentes,
la rave puede leerse como una metáfora del placer asociado
a la juventud y a su forma de oponerse al ritmo del trabajo que
les aguarda en su paso a la etapa adulta; puede interpretarse, también,
como la adopción consciente de prácticas de sexualidad
difusa y polimorfa frente a la sexualidad fálica (y reproductiva)
a la que estamos abocados en el orden edípico, como una evidencia
lúdica de la mascarada social de los estereotipos genéricos,
de las identidades sexuales interpretadas/performatizadas : en la
penumbra indiferenciada y suave (pre-edípica) de la rave
todavía existe el tacto y la leve insistencia de los labios.
Tocados por lo invisible. En lo invisible. Allí donde
se produce el desplazamiento de las manos a los labios. Los labios,
sean cuales sean en los que estemos pensando, no cruzan nunca el
campo de lo visual de su propio cuerpo. El ojo no puede verlos.
Ellos pertenecen a dos organizaciones corporales independientes,
heterogéneas, exclusivas.
Pero también es cierto que esta placidez pre-simbólica
de la rave , el éxtasis delicuescente del cuerpo bailando/sintiendo
en el club, no deja de ser más que un paréntesis socialmente
controlado, admitido, casi prescrito, antes de que el ojo y el cuerpo
confluyan en la normativa social, en el orden patriarcal de la diferencia.
El enorme volumen de negocio que supone la estética y la
música techno nos recuerdan el importante poder adquisitivo
(y, por lo tanto, la gran atención que generan en el mercado)
de estos jóvenes consumidores, de estos pre-adultos pre-productores
de adolescencias inmensamente alargadas en las que todos nos hemos
convertido: el paraíso artificial comprado con el dinero
familiar, la pequeña escapada antes de asumir los límites
del autocontrol.
Aún compartiendo en gran medida el entusiasmo de Barbichon-Leloup,
La utopía electrónica, se la debemos a una plétora
de lebels independientes y de artistas para quienes la fama es algo
totalmente secundario, y los valores positivos de la participación,
primordiales. (...) Lo que es mejor aún, la sobreproducción,
la rapidez de circulación y la corta vida de las obras, están
a la orden del día , no podemos dejar de subrayar que
la mercantilización y la adopción de estrategias guiadas
por las necesidades del marketing y el consumo son una práctica
común en la cultura techno, y que como nos recuerda Susan
Bordo, la supuesta infinita capacidad del cyborg postmoderno para
redefinir sus límites, la inmensa variedad que el menú
de la cirugía parece poder proporcionarnos, puede convetirse
en una nueva tiranía paradigmática basada en la falaz
multiplicidad del neoliberalismo, en la comodidad ficticia y neutralizadora
del neo-humanismo postmoderno:
La retórica de la elección y la autodeterminación
y la despreocupada analogía con la cirugía estética
para remodelarnos está profundamente mistificada. Hay que
tener en cuenta no sólo las desigualdades de posibilidades,
dinero y tiempo, sino también la desesperación de
las vidas de aquellos que lo hacen. (...)
Estamos rodeados por la homogeneización y normalización
de las imágenes, imágenes que contienen y encubren
el dominio genérico, racial, de clase y de otras iconografías
culturales.
La insumisión del cuerpo postbiológico tiene que ser,
necesariamente, una ruptura con todas las jerarquías, con
los cánones en cualquiera de sus formas, con el orden del
capital; tiene que ser, necesariamente, una respuesta comunitaria,
dialéctica, que cuestione el modelo de deseo unívoco,
la taxonomización del sexo verdadero, más allá
de la intervención superficial: el nuevo cuerpo/discurso
(obsceno-abyecto-impuro-mestizo), es aquel que se asume como territorio
político colectivo, aquel que rebasa los límites del
sujeto cartesiano, de la dicotomía público-privado,
aquel que cuestiona el placer único del ojo.
En un mundo ordenado por la desigualdad sexual, el placer
de mirar se encuentra dividido entre activo/masculino y pasivo/femenino.
La mirada masculina determinante proyecta sus fantasías sobre
la figura femenina que se organiza de acuerdo con aquella. En su
tradicional papel exhibicionista las mujeres son a la vez miradas
y exhibidas.
Laura Mulvey. Placer visual y cine narrativo (1975)
El placer del ojo.
La representación del cuerpo ha estado, dentro de los límites
de la cultura occidental, asociada al reflejo especular del niño
en sus primeros meses de vida y al precario reconocimiento de sus
miembros como una entidad coordinada y continua tras la experiencia
fragmentaria y limitada del tacto y el ojo sobre su carne. Esta
gestalt falaz consensuada colectivamente ha relacionado inequívocamente
los términos cuerpo-identidad-imagen sin permitir una leve
fisura de reposicionamiento entre ellos: eres lo que ves, y tu imagen,
la imagen de tu cuerpo, conforma tu identidad social-sexual.
El poder del ojo, el órgano del placer escópico,
imperativo en nuestra cultura patriarcal, se hace evidente: el ojo
legitima el orden de la diferencia sexual establecido sobre la carencia
del falo significante, y limita a las mujeres a la posición
de objetos pasivos de la mirada, territorio eminentemente masculino,
al expulsarlas de la metáfora privilegiada del poder.
Your face hits the side of my face (Tu mirada golpea
el lado de mi cara) (Barbara Kruger, 1981) : poseer el ojo, la mirada,
es poseer el control del cuerpo, es poseer, así mismo, el
lenguaje, el instrumento de elaboración de lo simbólico,
codificado en torno al falo y su carencia.
La imposibilidad de acceso al falo significa, para las mujeres,
la imposibilidad de acceso al territorio de la cultura, a la trascendencia
simbólica y al lenguaje-código;
el acceso a la cultura dentro del modelo edípico, parece
pasar, necesariamente, por aceptar el sistema binario de oposiciones
y asumir las pautas de autoridad asociadas a lo masculino para salir
de la inmanencia, de los márgenes del exilio del conocimiento
y su transmisión.
La búsqueda de una respuesta a esta tiranía de la
mirada y de una alternativa a la univocidad del placer se convirtió
en uno de los debates fundamentales dentro del feminismo a partir
de los años 70, y ha aparecido, central o tangencialmente,
en la obra de gran parte de las/los artistas postmodernos durante
las últimas décadas.
El texto de Laura Mulvey Placer visual y cine narrativo
(editada por primera vez en 1975) se ha convertido, dentro del debate
en torno al placer escópico, en un trabajo fundamental.
Tomando como base el discurso del psicoanálisis aplicado
al cine, Mulvey reflexiona sobre la colonización masculina
de la mirada y sus mecanismos de obtención de placer distinguiendo
básicamente dos, el voyeurismo (la asimilación narcisista
del objeto contemplado) y la fetichización (la conversión
del cuerpo de la mujer en falo-fetiche para neutralizar el miedo
a la diferencia sexual), y concluye, contundentemente, que la única
forma de respuesta crítica válida por parte de las
mujeres es la destrucción del placer escópico narrativo-cinematográfico
a través de la evidencia de la cámara (alter ego del
ojo), el distanciamiento (no-identificación) y la desestetización
(desfetichización) del cuerpo o incluso, la completa negación/desaparición
del cuerpo femenino aún a costa de la pérdida del
propio placer visual.
El primer impulso contra la monolítica acumulación
de convenciones cinematográficas tradicionales (ya emprendido
por cineastas radicales) consiste en liberar la mirada de la cámara
a través de su materialidad en el tiempo y el espacio y a
la mirada del público a través de la dialéctica,
del distanciamiento apasionado. No hay duda de que así se
destruye la satisfacción, el placer y los privilegios del
invitado invisible, y se evidencia cómo el cine
ha dependido de los mecanismos activo/pasivos del voyeurismo.
Las mujeres, cuya imagen ha sido robada continuamente y utilizada
para esta finalidad, no pueden contemplar el declinar de la tradiciónal
forma cinematográfica si no es, apenas, con un lamento sentimental.
Síntoma del profundo calado de las ideas de Laura Mulvey
en la realización cinematográfica de mujeres puede
ser, por ejemplo, el film de 1978 Light Reading (Lectura
luminosa) de la británica Lis Rhodes, donde el cuerpo femenino
desaparece, se funde en el negro de la ausencia de imagen, dando
paso a la palabra reflexiva sobre el tratamiento del cuerpo de las
mujeres y a la evidencia de los trozos de película en la
sala de montaje, una negación-cancelación de la imagen
que Marguerite Duras volverá a utilizar en Lhomme
atlantique (El hombre atlántico) de 1982 como recurso
para evidenciar, en este caso, el dolor de la pérdida.
Pero no sólo en el terreno del cine sino también
en el de la videoacción o en el de la escultura y la instalación
se percibe la huella de este análisis. Este es el caso de
los dispositivos de representación sustitutorios utilizados
por Félix González-Torres en sus retratos sin presencia,
donde cambia los cuerpos por las palabras o los cuerpos por los
caramelos o los cuerpos por las huellas de los cuerpos, o el caso,
así mismo, de la videoacción de Martha Rosler Vital
statistics of a citizen, simply obtained (Estadísticas
vitales de un ciudadano, fácilmente obtenidas) de 1977:
la objetualización, la autocontemplación mediatizada,
los códigos visuales colonizados, el panoptismo del biopoder
denunciado por el filósofo Michel Foucault; vigilancia y
castigo, tensa vulnerabilidad, taxonomización científica,
el último y altamente eficaz instrumento de la regulación
social, la estadística, como medida del cuerpo, como estrategia
de archivo.
Esta paranoia del placer (en palabras de la teórica
Amelia Jones) que invade los 70 (¿tal vez una forma de superioridad
moral del feminismo en el control sobre el cuerpo incorporando el
atávico puritanismo de sus comienzos?) es revisada a partir
de principios de los 80 incluso por la propia Mulvey o partícipes
de su postura displacentera como Mary Ann Doane , proponiendo soluciones
que matizan la rotunda negación anterior (me refiero a la
identificación transexual de Mulvey o la sobre
identificación de Doane) y permiten un placer no-culpable
a la mirada femenina sobre los cuerpos y la narración cinematográfica:
la evidencia de la feminidad como mascarada y de la mascarada como
modalidad desculpabilizadora y lúdica posibilitan
también reflexionar sobre el espacio de resignificación-reposicionamiento
entre el cuerpo y su reflejo, posibilitan una mirada-deriva que
se define, como el cuerpo, como un constructo y, de esta forma,
como un territorio habitable para las mujeres sin necesidad de asumir
el código unívoco del placer escópico edípico-fetichizador
neutralizador de la diferencia, de todas las diferencias.
Al mismo tiempo, la explicitación de la no siempre necesaria
correspondencia entre nuestra identidad y el reflejo-imagen revisa
los códigos básicos de la representación, subrayando
el carácter convencional e histórico de las imágenes
así como la capacidad de reestructuración que podemos
operar sobre ellas y sobre sus significados sociales.
La mirada (unidireccional, voyeurística, totalizadora) puede
convertirse también en un agente de intervención política
si, como muy bien explica Craig Owens analizando la obra de Barbara
Kruger, es capaz de distanciarse del estereotipo paralizador y activarse
en el breve espacio de su recorrido: entre el ojo horrorizado de
Medusa al contemplar su imagen en el espejo y su muerte (la muerte
de su voluntad), existe una ligerísima distancia que la representación
codificada-estereotipada intenta neutralizar, impidiendo la activación
de nuestra capacidad de intervención, lo que el psicoanalista
Jacques Lacan denomina, muy gráficamente, la sutura: el efecto
Medusa inmoviliza, captura nuestra capacidad resignificativa,
igual que el discurso falocrático cosifica el cuerpo de las
mujeres.
El concepto psicoanalítico de sutura parece tener en
sí mismo un efecto apotropaico. (...) Propongo que, desde
ahora, rebauticemos a la sutura
-la pseudoidentificación de un momento inicial de
la mirada y un momento terminal de paralización- como efecto
Medusa: treta espectacular, (imaginaria) identificación
del vidente y la mirada, mediaticidad, captura, estereotipo.
Como expone Barbara Kruger en uno de sus fotomontajes más
expresivos (la silueta de una mujer sentada en una silla y prendida
con alfileres), We have received orders not to move
(Hemos recibido órdenes de no movernos) (1982).
Ya en la década de los 90, mujeres artistas (especialmente
algunas que trabajan en el campo del vídeo y la videoacción
como Karen Finley, Sadie Benning, Suzie Silver, Vanalyne Green ...
) y teóricas como Laura Kipnis, radicalizan la postura de
la primera generación del feminismo y proponen nuevas posibilidades
para la elaboración de una mirada femenina placentera (desde
la adopción del más manido voyeurismo hasta la crítica
del binomio objeto-sujeto establecido en torno a la visión,
pasando por la adopción de una autoobjetualización
gozosa) muy críticas con la radical negación de la
década de los 70: Aunque supongo que lo que Rosler
tenía en la cabeza como respuesta a su vídeo era algo
del tipo de un rechazo radical a las formas de representación
dominantes, siempre fue una falacia de la izquierda y del feminismo
de los años setenta el pensar que se puede intimidar a la
plebe a fin de convertirla en ilustrada, acusarla de sus placeres,
regañarle por sus fallos morales, no ofrecerle nada en el
terreno de la mirada y de la utopía, y además, esperar
a que se someta obedientemente. lo que Rosler propone, aparte de
hacer que el espectador o la espectadora se sienta mal es la autoridad
de su propio análisis, es decir, más autoridad. Tal
análisis es completamente antidialéctico, y en buen
medida ahistórico.
Frente al discurso disrruptivo y, tal vez, un tanto moralista del
feminismo de los 70, el feminismo de los años 90, trata de
recuperar el sentido del placer y de incorporar una mirada no-colonizada
a su repertorio.
Más allá de la desestetización y la negación,
surge la ironía de la pose, la apropiación y descontextualización
de los recursos homologados, la aceptación del fragmento
como un arma de reflexión, el distanciamiento crítico
apoyado, fundamentalmente, en los nuevos análisis de una
identidad de género que se asume como coyuntural, la propia
revisión del feminismo y su utilización de recursos
culpabilizadores, así como las críticas,
desde dentro, a su etnocentrismo, su clasismo y su colonialismo.
De la oclusión a la evidencia o los nuevos dispositivos de
resistencia frente a la colonización visual: no significa
una desideologización o, al menos, no necesariamente, sino
la apertura de los límites políticos de clase y género
a la multiplicidad de variantes, a las diferencias dentro de la
alteridad, aún a pesar de la evidente sobredimensionalización
que, en algunos casos, pueden estar tomando factores como la opción
sexual en detrimento de otros igualmente significativos; la reelaboración
del concepto arte político en la inclusión
de la privacidad y de una de las más importantes experiencias
asociadas a la privacidad, el placer.
La evidencia convertida en una estrategia crítica operativa
o como leer la pornografía como una forma de desestetización
a través de la sobre-saturación.
Establecer como políticos los auténticos
términos a través de los cuales la identidad se articula,
insiste en la urgencia del proyecto de politizar la sexualidad en
vez de sexualizar la política.
Giulia Colaizzi. The Cyborguesque (1995)
La saturación del ojo.
A partir de principios de los años 80, la pornografía
y la utilización/objetualización del cuerpo femenino
dentro del imaginario artístico clásico y mediático
se convirtió en uno de los debates más controvertidos
dentro del feminismo, polarizándose en torno a dos posturas
básicas encabezadas por el movimiento feminista norteamericano:
por una parte, las feministas en favor de la censura de la pornografía
(reunidas en torno al grupo Women against pornography
(Mujeres contra la pornografía) creado en 1979), encabezadas
por autoras como Catharine MacKinnon o Andrea Dworkin, y por otra,
un colectivo heterogéneo de teóricas/os y artistas
que se unieron para defender una postura anti-censura y provocar
un debate sobre el deseo y las relaciones sociales establecidas
en torno al sexo. Este último colectivo se estructura a partir
de la edición del libro Women against censorship
(Mujeres contra la censura), más tarde convertido en grupo
activista, y está integrado por autoras como Gayle Rubin,
Carole Vance o Angela Carter.
La pornografía es un medio a través del cual
se construye socialmente la sexualidad, un lugar de construcción,
un dominio para ejercer. Construye a las mujeres como cosas para
uso sexual y construye a los consumidores para que deseen desesperadamente
a mujeres que desean desesperadamente la posesión y la crueldad
y la deshumanización. La propia desigualdad, el propio sometimiento,
la propia jerarquía, la propia objetificación, con
el abandono estático de la determinación personal,
es el contenido aparente del deseo y el carácter deseable
de la mujer.
El gran tema de la pornografía como género
-escribe Andrea Dworkin en Pornography (1983)- es el
poder masculino .
Estos son algunos de los argumentos que esgrime C. MacKinnon para
conseguir una ley censora de la pornografía en EE.UU. desde
principios de los 80 y en cuyo empeño no duda en aliarse
con la facción más reaccionaria del gobierno Reagan:
la denominada Comisión Meese se reunió durante 1986
con el fin de restringir la libre circulación de material
explícitamente sexual. Aunque esta Comisión no logró
acuerdos consensuados (entre otros motivos por las dificultades
que encontraron en definir los límites de lo pornográfico),
sirvió para aconsejar una serie de medidas legales restrictivas
(aún entre adultos de común acuerdo) referentes a
prácticas como el sexo oral o la penetración anal
que recuerdan a los más férreos controles y taxonomizaciones
sobre modalidades sexuales antirreproducivas o fuera de los límites
de la heterosexualidad normativa que aparecen en nuestra cultura
moderna desde el siglo XVIII.
Esta persecución de la venta pública y la producción
de imágenes y textos etiquetados como pornográficos
llevan a MacKinnon y Dworkin, en 1983, incluso a la elaboración
de un proyecto de ley antipornografía para la ciudad de Minneapolis.
La valoración muy negativa que esta autora (y, en general,
todo el feminismo radical) hace de la llamada revolución
sexual de los años 60-70 y su denuncia (sin tener en cuenta
la mayor difusión debida a los medios de comunicación)
del aumento de los casos de agresión y violencia física
contra las mujeres, convierten a este grupo de teóricas en
una nueva versión del puritanismo finisecular extendido entre
las sufragistas, asociando siempre y necesariamente la violencia,
el sexo y la prostitución, en una estrecha y ahistórica
asimilación: La pornografía, con la violación
y la prostitución en las que participa, institucionaliza
la sexualidad de la supremacía masculina, que funde la erotización
del dominio y el sometimiento con la interpretación social
de lo masculino y lo femenino.
Este fenómeno de repliegue pseudo-esencialista tiene mucho
que ver con la propia coyuntura y dinámica interna del movimiento
feminista en EE. UU., desmembrado y silenciado por la creciente
reinstalación del conservadurismo desde principios de los
80 tras haber alcanzado una influencia social más que notable
durante la década anterior: la lucha contra la pornografía
se presenta, en esos momentos, como una vía rápida
de reunificación, como una nueva alianza entre las mujeres
(unas mujeres que amenazaban la homogeneidad al reivindicar la aceptación
de sus diferencias de cultura, opción sexual, etnia, clase...
dentro del propio movimiento feminista) que, además, neutralizaba
la sensación de amenaza que para los hombres suponía
el cuestionamiento de las posiciones tradicionales de la pareja
y de la sexualidad normativa puesto que, al fin y al cabo, no hacía
más que devolver a las mujeres el papel asexual que el juego
de las relaciones amorosas burguesas le había asignado desde
el comienzo de la modernidad.
Sin embargo, como ya apuntábamos antes, no todas las mujeres
están de acuerdo con esta línea de actuación.
En 1982 se organiza en el Barnard College de la Universidad de Columbia
un simposio titulado Hacia una política de la sexualidad
(cuyas ponencias fueron editadas por Carole Vance por primera vez
en 1984 bajo el título de Placer y peligro) donde
se abrió un debate discrepante con la postura antipornografía.
Autoras/es como la ya mencionada Carole Vance, Alice Echols, Gayle
Rubin, Alisson Assiter, Pat Califia, Brian MacNair, etc... han expresado,
a lo largo de casi dos décadas, su oposición a la
censura y la necesidad de establecer, dentro del propio feminismo,
un análisis de la sexualidad que permita desculpabilizar
el placer en cualquiera de sus formas y reflexionar, sin reduccionismo
y teniendo en cuenta siempre el contexto histórico, sobre
las causas de la representación pornográfica y su
uso social: el feminismo no puede convertirse en una nueva normativa
moral para controlar la sexualidad de las mujeres y censurar sus
diferencias.
Si lo personal es lo político, entonces, quizá,
lo político era lo personal, convirtiendo así los
esfuerzos para cambiar y reformar la vida sexual en sustituto de
la acción y la organización política. En ese
caso, el escrutinio, la crítica y la vigilancia de las vidas
e incluso de las fantasías sexuales de nuestras compañeras
podía convertirse en una obligación política
necesaria.
La búsqueda de un comportamiento sexual políticamente
adecuado ha llevado a lo que Alice Echols llama actitud normativa,
la tendencia a transformar principios generales, como la igualdad,
la autonomía y la autodeterminación, en modelos rígidos
y específicos a los que se espera que se adapten todas las
feministas. (...)
De ahí, a afirmaciones que son verdaderamente prescriptivas
(las mujeres deberían evitar la penetración).
Sin duda, hay intentos deliberados de chauvinismo.
Desde el colectivo de las mujeres lesbianas (mantenido en la periferia
dentro del propio feminismo) aparecen contestaciones discrepantes
a la supuesta naturaleza igualitaria y delicada
del sexo entre mujeres y a la supuesta exclusión de prácticas
asociadas a la heterosexualidad.
Desde el lesbianismo político expuesto por Sheila
Jeffreys hasta la interpretación de roles butch/femme cercana
a la idea deidentidad performativa o interpretativa de Judith Butler,
existe un amplio espacio de diferencias, las diferencias de unas
mujeres que comparten una opción, la sexual, siempre coyuntural
e históricamente enmarcable: La erótica
feminista que presenta una imagen simplista del sexo lesbiano
-dos mujeres enamoradas juntas en una cama que encarnan todo lo
positivo que el patriarcado pretende destruir-, no es excesivamente
sexy.
Lejos de las sesgadas propuestas del liberalismo que se atrincheran
en la libertad individual como medida de toda actuación (y
contra las que muy inteligentemente MacKinnon arremete), la antipornografía
y su estrategia censora no sólo se presenta como una postura
normativizadora y reduccionista con respecto al placer, sino que
adolece de una grave carencia de contextualización histórica
y de análisis político: la pornografía no es
la causa de la violencia contra las mujeres, sino un síntoma
del ejercicio jerárquico del poder, de la situación
de subsidiariedad económica y social que las mujeres siguen
ocupando en el orden patriarcal y un ejemplo muy claro de la frontera
establecida por la ideología burguesa capitalista entre lo
privado y lo público, lo visible y lo invisible, la Historia
y la vida.
Desexualizar la violencia, desvictimizar, desculpabilizar el (propio)
placer, pueden ser objetivos políticos compartidos por el
feminismo; la (auto)objetualización significa necesariamente
la oclusión como sujeto sólo si revalidamos el binarismo
excluyente clásico de nuestro pensamiento tradicional : Los
pornógrafos son enemigos de las mujeres sólo porque
nuestra ideología contemporánea de la pornografía
no incluye la posibilidad del cambio, como si fuésemos esclavos
de la Historia y no sus hacedores, como si las relaciones sexuales
no fueran necesariamente la expresión de relaciones sociales,
como si el propio sexo fuera un hecho exterior, tan inmutable como
el tiempo, que crea una práctica humana pero nunca es parte
de ella.
La repulsa que provoca la imagen sexualmente explícita esconde
el perjuicio esencialista que, en el fondo, reafirma la forma única
del deseo, la forma unidireccionalmente etiquetada como masculina.
Como lúcidamente analiza Linda Williams, la limitada narrativa
pornográfica no hace más que denunciar la imposibilidad
de representación del deseo de las mujeres dentro del sistema
del placer visual hegemónico: el plano de corrida
(come shot ) actúa, en la imagen pornográfica, como
metáfora del gasto, el plano de dinero (money
shot ), y demuestra la imposible aprehesión del placer femenino
en el orden edípico, la insuficiencia del ojo y su necesidad
de evidencia de la prueba visual del deseo satisfecho, del derrame
seminal, como culminación de la diferencia sexual.
El climax representado se convierte en una nueva figura de
carencia. Esta carencia no es sino una percepción basada
en la previa devaluación social y económica de la
mujer. El fetiche del money shot (plano del dinero) tipifica una
solución ofrecida por el cine hard-core al perenne problema
masculino de cómo entender la diferencia de la mujer. Otra
lección, no obstante, es que tales soluciones quedan cargadas
de contradicciones que pueden abrirnos posibles rutas de resistencia
a los placeres sexuales hegemónicos.
Una lectura dialéctica de la pornografía o como destruir
el totalitarismo de lo visual explicitando sus fisuras: los grandes
fetiches del capitalismo patriarcal, el semen y el dinero, garantes
de la satisfacción del deseo, problematizados por el placer
difuso, irrepresentable unidireccionalmente, de las mujeres.
Porque si el cuerpo y las prácticas sexuales son productos
históricos, la pornografía y las relaciones visuales-textuales
que establece también lo son, productos integrados dentro
del sistema capitalista y su tráfico coyuntural con las fronteras
de lo socialmente visible y lo in-visible (o visible sólo
en la privacidad), de lo erótico y lo pornográfico,
con los altos beneficios de la interesada movilidad de estos límites:
el cuerpo (su muestra, su explotación visual) como negocio
o la enajenación del placer en la rentabilidad; la pornografía
y la publicidad compartiendo las mismas estrategias de mercado,
los mismos marcos narrativos teleológicos que conducen a
la destumefacción/al gasto (de semen, de dinero); imágenes
sexuales de alta y de baja intensidad o la negociable frontera de
las prohibiciones. La dinámica paternalista de la(s) censura(s)
y sus intereses.
Sexo y trabajo fueron no hace mucho tiempo términos
ferozmente opuestos, hoy se resuelven ambos en el mismo tipo de
demanda. Antaño, el discurso de la historia tomaba toda su
fuerza de oponerse violentamente al de la naturaleza y el discurso
del deseo de oponerse al del poder, hoy intercambian sus significantes
y sus campos de acción.
El cuerpo pornográfico, antiartístico en su destrozo,
profundamente consciente de su materialidad, deviene metáfora
privilegiada de la fragmentación y de la hiperrealidad del
espectáculo mediático, del sexo-simulacro de la postmodernidad,
excesivamente verdadero para ser real, excesivamente evidente para
provocar deseo, imágenes-instrucciones para máquinas
deseantes, cuerpos cosificados, donde los rostros, en ese
leve instante de abandono que supone el orgasmo, se convierten en
lo único, lo eminentemente obsceno de la representación,
porque la imagen del éxtasis, del abandono, aún nos
perturba.
Todo eso es demasiado real, demasiado cercano para ser verdad.
Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad
de la cosa. El único fantasma en juego en el porno, si es
que hay uno, no es el sexo, sino el de lo real, y su absorción,
absorción en otra cosa distinta de lo real, en lo hiperreal.
El voyeurismo del porno no es un voyeurismo sexual, sino un voyeurismo
de la representación y de su pérdida, un vértigo
de pérdida de la escena y de irrupción de lo obsceno.
Integrada, como todas las imágenes, en un nivel simbólico
de significación que debemos interpretar contextualmente,
la representación del cuerpo pornográfico, transaccional,
alienado en la productividad, puede leerse también como epítome
del cuerpo anticanónico, antinormativo, resistente; el reverso
de la tradición del desnudo en el arte, y por eso mismo,
como una forma de desestetización que sabotea el placer escópico
mediante la sobresaturación, mediante la evidencia, como
una estrategia desjerarquizadora a través del destrozo y
de su fractura radical con los límites representacionales
de lo público y lo privado, de lo popular y lo culto, de
lo natural y lo elaborado.
Como categoría de cultura visual indecente,
la pornografía marca las cambiantes fronteras entre lo público
(visibilidad, apertura) y lo privado (invisibilidad, cerrazón).
Si el arte representa la muestra pública y legítima
del cuerpo femenino, la pornografía es lo otro,
aquello donde la muestra del cuerpo es ilícita y está
confinada a los espacios marginales de la cultura pública
y privada.
El voyeur espiado o como (el uso de) la pornografía puede
convertirse en un ejercicio político: el control que sobre
su cuerpo y sus prácticas sexuales que despliega Carolee
Schneemann en el film Fuses (Fusibles) de 1967, la fragmentación
del discurso y la irrupción de escenas de diálogo
y ternura entre los protagonistas (la propia artista y su amante)
sobre imágenes de sexo explícito, hablan de una posibilidad
muy diferente no sólo de leer la pornografía, sino
de realizarla y utilizarla, una posibilidad bien argumentada, por
ejemplo, por Paula Rabinowitz en su texto sobre Soft Fiction
(1979) de Chick Strand , o irónicamente demostrada por la
actriz mexicana María Rojo en la película La
tarea (1990) de Jaime Humberto Hermosillo, donde ella misma
se convierte en la protagonista de la elaboración de un film
porno casero.
Ni cuerpos está(é)ticos, ni objetualización
dirigida, ni placer unidireccional, sino un bucle perverso donde
la cámara alimenta la mirada de otra cámara controlada
por una mujer.La mirada resignificada/distanciada sobre los cuerpos
que bailan se funde con las manos, con los labios, más allá
del limitado universo escópico.
Danzad, danzad, malditos... mientras recorro vuestra piel en la
oscuridad.
*María Ruido presenta dentro de LOST IN SOUND un trabajo
en vídeo sobre la imagen pornográfica y las relaciones
entre el control social del cuerpo y la productividad titulado ethics
of the care.
ethics of the care : el ojo saturado de placer 1
La imagen pornográfica aparece, dentro de nuestro contexto
social, como una forma de representación anticanónica,
propia de la baja cultura y asociada a la fragmentación
(incluso al destrozo) corporal y, muchas veces, a la violencia.
Asumir esta fragmentación y su capacidad de transgresión
en la evidencia antidecorosa, sobre-expuesta, de los cuerpos de
la pornografía, así como reflexionar sobre el control
que el poder (o, más bien, las diversas formas difusas de
poder y normativización) ejerce sobre nuestros cuerpos mediante
el discurso publicitario y sus nuevos dispositivos mediáticos
elaborando un montaje representacional paralelo de imágenes
canónicas del arte, estándares asumidos por el consumo
y formas de fusión entre las nuevas tecnología s y
los estados (en este caso, las imágenes de la histeria construídas
en el Hospital de La Salpetrière a finales del pasado siglo)
para evidenciar el dominio sobre nuestras prácticas íntimas
desde el principio de la modernidad, se convirtió en el eje
principal de este trabajo, que se construye, desde el primer momento,
como un ensamblaje de piezas sin referente mimético, como
una lectura de imágenes ya pre-existentes que no buscan la
coordinación ni la coherencia sino la disrrupción
y la interferencia para, de esta forma, cuestionar la limitada univocidad
del placer escópico que sostieneel sistema de diferencia
sexual impuesto por el patriarcado.
Enmarcado en el territorio de los debates feministas de las tres
últimas décadas sobre el placer y las diversas formas
de su interpretación-elaboración por parte de las
mujeres (desde la asimilación de los paradigmas edípicos
impuestos y definidos como masculinos hasta la disrrupción-negación),
ethics of the care es un trabajo sobre la construcción
de una mirada anticanónica más allá del universo
voyeurístico y una apuesta por el bricolage como metodología
de trabajo por su resistencia a la producción original (única,
demiúrgica) y su capacidad de proponerse como dispositivo
político efectivo a través de la descontextualización
y la ironía sobre los productos homologados por el mercado.
Montaje de imágenes y montaje de sonido, bucle de reutilización,
materializado en los cuerpos mecidos al ritmo del techno en laceremonia
más rebeladora de este fin de siglo, la rave , metáfora
lúdica de la muerte de la Originalidad y la Autoría
en el capitalismo avanzado; cuerpos que asumen su liminariedad entre
el espacio público y el espacio privado, que bailan, que
se contonen en eléxtasis amoroso/agónico de la oscuridad
pre-simbólica de la fiesta, rebelándose, aunque sea
de forma puntual, contra la ética del rendimiento, del trabajo,
de la racionalidad.
La ética de la justicia hegeliana se levanta
contra la ética del cuidado 2 asociada a los
valores domésticos femeninos, aunque todos sabemos que ambas
existen, precisamente, en la polarización que el binarismo
impone en nuestro sistema de pensamiento tradicional: las cualidades
inherentes (femeninas o masculinas) no son más
que el producto de la adaptación, y la auténtica subversión,
frente a lo que propone cierto neoesencialismo, no está en
el revalorización de los cuidados corporales proporcionados
hasta ahora exclusivamente por las mujeres, sino en la disolución
de los territorios radicalmente separados de lo doméstico
y lo productivo, en la irrupción del placer en la esfera
del trabajo y en la apertura misma de nuestro concepto normativizador/jerarquizador
del placer.
(La ética de) el cuidado como parte de la resignificación
del cuerpo, de su rematerialización: cuidar de nosotros mismos/de
los demás debe/tiene que ser un placer.
(Auto)control, vigilancia interiorizada, sexo-trabajo, construcción
del cuerpo desde los paradigmas del poder: la paralización
normativa
del estereotipo tratandode anula r la voluntad contextualizadora
de nuestra mirada.
Cuidados corporales, definición de los límites, oclusión
del desbordamiento: entre la función nutricia y el sexo virtual,
la representación.
Medea, la Gran Cuidadora, asesina el Nombre del Padre en sus hijos
y contempla la imagen del placer unívoco de la pornografía:
mirada-deriva sobre el cuerpo tecnológico del televisor.
Textos y fragmentos de voz de ethics of the care (en castellano)
Texto 1 (introducción)
(Auto)control, vigilancia interiorizada, sexo-trabajo, construcción
del cuerpo desde los paradigmas del poder: la paralización
normativa del estereotipo.
Cuidados corporales, definición de los límites, oclusión
del desbordamiento: entre la función nutricia y el sexo virtual,
la representación.
¿La ética del cuidado como correspondencia necesaria
de la ética de la justicia en la estructura binaria homologada?
Medea asesina el Nombre en sus hijos y contempla la imagen del placer
unívoco de la pornografía: mirada-deriva sobre el
cuerpo tecnológico del televisor.
María Ruido. El ojo saturado de placer: sobre fragmentación,
porno-evidencia y brico-tecnología (1999)
Texto 2
Sexo y trabajo fueron hasta no hace mucho tiempo términos
ferozmente opuestos, hoy se resuelven ambos en el mismo tipo de
demanda. Antes, el discurso de la historia tomaba su fuerza de oponerse
violentamente al de la naturaleza y el discurso del deseo de oponerse
al del poder, hoy intercambian sus significantes y sus campos de
acción.
Jean Baudrillard. Cultura y simulacro (1978)
Texto 3
Todo eso es demasiado real, demasiado próximo para
ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad
de la cosa. El único fantasma en juego en el porno no es
el del sexo, sino el de lo real, y su absorción, absorción
en otra cosa distinta de lo real, en lo hiperreal. El voyeurismo
del porno no es un voyeurismo sexual, sino un voyeurismo de la representación
y de su pérdida.
Jean Baudrillard. De la seducción (1989)
Texto 4
Los pornógrafos son enemigos de las mujeres sólo
porque nuestra ideología contemporánea de la pornografía
no incluye la posibilidad del cambio, como si fuésemos esclavos
de la Historia y no sus hacedores, como si las relaciones sexuales
no fuesen necesariamente la expresión de relaciones sociales,
como si el propio sexo fuese un hecho exterior, tan inmutable como
el tiempo, que crea una práctica humana pero nunca es parte
de ella.
Angela Carter. La mujer sadiana (1979)Texto 5 (epílogo)
Hacia el final de la fiesta, cuando no es posible sustraerse
a las palabras, la musa desborda de sí, entra en el sueño
de los hombres; mastica celofán-víscera pálida
de Dionisios. Esto es política sampleada, fría.
Chus Pato. m-Talá (1999)
________________________________________________________________Voz
(fragmento 1)
Te anudan la cuerda alrededor del cuello y tu tienes en la
mano una hoz y tienes que estar muy atenta porque cuando él
se corre, le da con el pie a la banqueta y tu tienes que cortar
la soga, sino morirás.
Si no te mueres, caes, caes desde una altura de tres metros y entonces
repites: pones los brazos extendidos, los brazos voladores;
te anudas la cinta, haces un torniquete, las gotas resbalan en las
losas, filtran en la bóveda perfecta del convento de Cluny,
en las altas y esgrevias tierras del Candán.
Te anudas el lenguaje al antebrazo, el peso del idioma, rompe en
el lomo pardo de los caballos.
July:- Ellos introducen por aquí sus dineros, los introducen
porque tu estás dentro, dentro de la máquina del azar,
en puntillas delicadas de blanco encaje y zapatos de rojo lazo Luís
XV de ante y altísimo tacón.
Madame:-No comais la manzana, continuemos en el Edén, en
el Harén, en el Circo, en el Burdel;
cuatro serán tus progenitores
la doncella y la muerte, la mujer-bala, la martiresa y el dragón.
Todas somos las MARAVILLAS DEL MUNDO EN VÍVIDAS DIMENSIONES,
las visiones eternas del amor, la llave de la ciudad, el movimiento
perpetuo.
Margot:- Mire con los colores de la realidad la experiencia más
significativa de una chica, María y el Arcangel,
manual para los que carecen de concentración en el éxtasis
amoroso, sub fluminis y la piel del leopardo.
July:-¡Porque no eres capaz de comunicarte cuando haces el
amor, ni de rogar por la paz del mundo cuando llegas al orgasmo!
Ommmmmm.
Chus Pato. m-Talá (1998-99)
Voz (fragmento 2)
La flora intestinal de los monstruos coloniza y fertiliza
los suelos. Esos fulgores bajo la tundra son la pálida aurora
del imperio cultural
majestad de la jornada futura
jóvenes poetas y poetisas mantienen en este instante una
interesante puesta en común sobre la inexistencia del ser
en los tejidos post-biológicos del lenguaje contemporáneo.
Recien aparecidos en las profundidades de la Tierra quizás
resulten de sus conversaciones diferentes y sugestivos géneros
poéticos
o cómo aplicar las nuevas técnicas de la ingeniería
genética a las dolidas células o patrón genético
o caos celular de la moderna poesía post-contemporánea
Ella-Transformación se pierde en un aeropuerto de Chicago
(la autora no se hace cargo de las opiniones de las diferentes voces,
ni en este texto, ni en cualquier otro de su autoría).
Chus Pato. m-Talá (1999)
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